SAN MARTÍN EN AMÉRICA
José de San Martín |
La Revolución americana reconoce inmediatamente a San Martín su
grado de Teniente Coronel y le confía, para empezar, la misión de organizar un
escuadrón de caballería, el de los que luego han de ser famosos granaderos a
caballo, los que escribirán con sus hazañas la verdadera epopeya de la
Independencia americana, el cuerpo que recorrerá triunfalmente toda América,
desde el Plata al Chimborazo, el que dará más ilustres jefes al ejército
argentino. Antes de que esto llegue, la, misión de San Martín se extiende ya a
la formación de un verdadero ejército, organizado, disciplinado, armado. El
primer verdadero ejército de la libertad americana es, indiscutiblemente, obra
de San Martín, desde ese primer día. Lo que resulta tanto más maravilloso si se
piensa que él era, en su propia patria, un recién llegado, un perfecto
desconocido, sin parientes ni amigos. ¿Cuáles eran, entonces, sus credenciales
para la espinosa y difícil misión que se le confiaba? Sin duda, las de sus
propias virtudes, las que le acompañaron toda la vida, como señala Ballesteros
y Beretta.
“Era sobrio, metódico, paciente, sereno, lleno de calma y
ecuanimidad - explica este insigne historiador -. La austeridad, la nobleza de
intenciones, la pureza de los principios, el desinterés, la abnegación, y otras
mil más pequeñas cualidades completan la figura eminente de este caudillo de la
Revolución americana. Organizador por excelencia, no descuida los detalles,
siquiera los más pequeños; minucioso y precavido, fraguaba los proyectos
lentamente, preparaba los medios con tenacidad y sin desmayo, y preveía los
efectos a larga fecha” (Historia de España – Salvat Editores).
Todas estas cualidades de San Martín se ponen de manifiesto por vez
primera en el combate de San Lorenzo (3 de Febrero de 1813), trabado cerca del
monasterio de este nombre, situado en la orilla izquierda del Paraná. En ese
lugar de San Lorenzo reciben su bautismo de sangre y fuego los granaderos de
San Martín. Es la primera victoria del hijo de América en tierra americana.
Nombrado Coronel Mayor, en premio a ella, San Martín es destinado al mando del
ejército del Alto Perú. Es una tarea titánica; el país es vastísimo; el
ejército todavía pequeño e inconexo, aún no bien disciplinado; las
comunicaciones difíciles, cuando no imposibles. Ante la evidencia de que la
ruta del Alto Perú es impracticable, San Martín concibe la osada idea de
atravesar la Cordillera de los Andes, libertar ci Chile e invadir el Perú por
vía marítima. No se trata ya de emancipar a una sola nación, sino a todas sus
hermanas; literalmente, a un mundo.
La decisión de San Martin
Es preciso adoptar tácticas nuevas, distintas y más vastas. San Martín escribe, por aquellos días, a un amigo suyo, Nicolás Rodríguez Peña: “La patria no hará camino por este lado del Norte, como no sea en una guerra puramente defensiva. Ya le he dicho a usted mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para acabar con la anarquía que en todo el país reina. Aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar Lima. Ese es el camino y no este que ahora se sigue, mi amigo. Convénzase usted de que, hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no acabará”. (Tucumán, 12 de Abril de 1814).
Estas palabras habían de ser proféticas. Nada, sin embargo, parece
darles base. La situación del país - de los países - es verdaderamente crítica.
Nombrado Gobernador intendente de la provincia de Cuyo (agosto de 1814), se
instala San Martín en Mendoza, donde empieza a reunir a los llaneros, al objeto
de formar ese ejército autóctono de liberación con el que sueña. Mejora la
administración civil de la provincia, se hace querer de cuantos le rodean; la
gentes del llano, al conjuro de su influencia, aportan a la causa de la
libertad hombres, ganados y tesoros. Mas ¿es posible que, ni aun con todo esto,
llegue a realizarse esa loca empresa de cruzar los Andes? Los políticos de
Buenos Aires se asustan o escandalizan ante la magnitud de la tarea. Pero
cuando Alvear destituye a San Martín de su cargo de Gobernador, el Cabildo y su
pueblo se niegan resueltamente a recibir al substituto y San Martín es
confirmado en su cargo.
Hasta 1816 permanece en Mendoza, realizando una labor agotadora,
minuciosa, indescriptible. En el campamento del Plumerillo, bajo la hábil
dirección de fray Luis Beltrán, se funden cañones, fusiles, espadas. Los
propietarios de la provincia de Cuyo ceden sus esclavos a San Martín para que
vayan a engrosar el ejército expedicionario; los indios pehuenches prestan su
colaboración al futuro libertador. En algunas regiones de Chile aparecen
partidas insurgentes. En la tropa improvisada de San Martín, al lado del
abogado marcha el pastor de ovejas.
EL PASO DE LOS ANDES
Esta abigarrada tropa alcanza, en Septiembre de 1816, los 2.000 hombres; a fines de año se ha duplicado. Tiene por estandarte el azul y el blanco de la Virgen del Carmen; al mando de San Martín, cuenta con aguerridos oficiales. ¿Para qué aguardar más? San Martín tiene, de nuevo, la intuición de su destino, la sensación de que la hora ha llegado al fin.
En el mes de Enero de 1817 se emprende la pasmosa aventura, y el ejército inicia su marcha para atravesar la cordillera. San Martín lo ha divido en tres cuerpos, que por diversas gargantas han de cruzar los Andes. Con precisión matemática se realizan las sabias combinaciones estratégicas que darán por resultado la liberación de Chile. ¿Qué importan los rigores de la temperatura invernal en aquellas profundísimas gargantas, qué la fatiga, la enfermedad ni el hambre? Las tres columnas avanzan, día y noche, hacia su osado objetivo; no faltan escaramuzas en la ruta, pero la táctica despegada por San Martín en el famoso “paso” será elogiada por todas las escuelas militares del mundo y su figura será siempre evocada.
El más grave tropiezo lo encuentran los expedicionarios a mediados
de Febrero en la cuesta de Chacabuco. En el camino de Aconcagua cierran el paso
al ejército de San Martín unos 2.000 realistas al mando del Brigadier Maroto.
Mas San Martín conoce a tiempo la posición del enemigo y planea, con precisión
certera, un ataque simultáneo de flanco y de frente. Entablado el combate el 12
de Febrero, los realistas se mantienen firmes, resistiendo con entereza los
embates de las tropas libertadoras. El valor derrochado por uno y otro
adversario prolonga la lucha, mas, finalmente, el citado ataque de flanco
obliga a los realistas a ceder el campo.
Maroto retrocede hasta Santiago; los restos de su ejército capitulan
en la hacienda de Chacabuco. Las tropas expedicionarias continúan su marcha
victoriosa hacia la capital y, como final del parte que ponía feliz remate a
tan señalada jornada, escribe San Martín las siguientes memorables palabras: “Al ejército de los Andes queda para siempre la gloria de decir: en
veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras mas elevadas
del Globo y dimos la libertad a Chile.”
Llegado el ejército vencedor a la capital, el cabildo abierto de Santiago proclama Dictador Supremo del territorio al General San Martín. Pero él no acepta.
RENUNCIAMIENTOS
Toda la existencia de José de San Martín es un constante tira y
afloja entre el impulso y el renunciamiento. Donde el peligro, la dificultad,
la necesidad le impulsan a avanzar, a vencer, el objetivo conseguido, la
victoria alcanzada, el provecho próximo y la gloria al alcance de la mano le
dejan frío, indiferente y le inclinan a renunciar olímpicamente. La renunciación
parece el lujo supremo de este espíritu selecto, siempre tan rico en el dar
como parco en el pedir. Por otra parte, su existencia se ciñe a la sencillez
más absoluta y austera. He aquí cómo, punto por punto, la describe uno de sus
biógrafos más notables.
“Se levanta de madrugada a trabajar hasta el mediodía - dice -;
almuerza de pie y su ración consiste en puchero, postres caseros, dos copas de
vino y una taza de café; fuma un cigarro negro, al que es muy aficionado;
duerme una breve siesta bajo el corredor de su casa, sobre cuero crudo, porque
es muy fresco; se levanta después para seguir trabajando hasta la noche, en que
su cena es frugal. Durante la jornada conversa y escribe; revisa hombres y
animales; inquiere armas, provisiones y utensilios en el campamento; sale, a
veces, por el campo a conocer la tierra y las gentes. En la velada familiar
juega una partida de ajedrez y a las diez de la noche se retira a dormir.”
Este cuadro coincide muy bien con la conocida y bellísima semblanza
trazada por José Martí, cuando dice: “San Martín, grande y sereno, alto y de tez obscura; de soberanos,
penetrantes ojos; de selvoso y negrísimo cabello; la nariz prominente y
aguileña; los labios finos, llenos siempre de enérgicas y vívidas palabras; y
en su levita azul con charreteras y pantalones de galón de oro, militar
imperante, austero y culto, de tan visibles dotes, que con oírle hablar
aparecía su superioridad considerable entre, sus contemporáneos, y tan tierno y
profundo en sus afectos, que, de ver tan grande hombre, se consolaban los demás
de serlo.” Y, sobre todo, cuando añade: “Triunfó sin obstáculo, por el imperio
de lo real aquel hombre que se hacía el desayuno por sus propias manos, se
sentaba al lado del trabajador, veía porque herrasen la mula con piedad, daba
audiencia a las muchas gentes que a verle venían en la cocina - entre puchero y
el cigarro negro -, dormía al aire, en un cuero tendido.”
Ejemplos de sus renunciamientos:
- “En 1812, como jefe del Regimiento de Granaderos a caballo, renunció a la mitad de su escaso emolumento a favor del Estado. Es el principio de una cadena de honor que hoy es orgullo del ejército argentino.
- En los comienzos de 1815, el Directorio lo designó General de brigada, en despacho firmado por Alvear. El agraciado declinó el ascenso, expresando en una carta famosa: jamás aceptaré nuevos ascensos. Vencida España, haré dejación de mi empleo para retirarme a pasar mis enfermos días en la soledad”.
- “En 1816 - continúa la enumeración - renunció a la mitad de su sueldo como Gobernador de Mendoza. En la misma época se negó a aceptar la donación de doscientas cincuenta cuadras que el Cabildo de aquella ciudad hiciera a su hija Mercedes, sugiriendo que se reservasen dichos terrenos para premiar a los oficiales del Ejército de los Andes que se distinguiesen al servicio de la patria.”.
- “En 1817, después de Chacabuco, San Martín fue elegido para ejercer el gobierno de Chile. Fiel a su norma, declinó el honor. Fue electo, en consecuencia, el General Bernardo O'Higgins como director de su patria.”
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