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viernes, 19 de octubre de 2012

CRUCE DE LOS ANDES Y PERSONALIDAD DE SAN MARTÍN


SAN MARTÍN EN AMÉRICA

José de San Martín
A fines de ese mismo año de 1811 José de San Martín está en Londres. Ha quedado tras de sí sus naves; se ha liberado de toda obligación con el ejército español y con España. Va a convertirse en caudillo de lejanas y jóvenes naciones, en Libertador de un continente; por el momento, sin embargo, es sólo un conspirador oscuro en una ciudad extranjera. En Londres entra en relación con los venezolanos Luis López Méndez y Andrés Bello, el mexicano Servando Teresa Mier, los argentinos Carlos Alvear y Matías Zapiola. Estos le acompañan en su regreso al país de su nacimiento: el 9 de Marzo de 1812 desembarcan juntos en la ciudad de Buenos Aires.

La Revolución americana reconoce inmediatamente a San Martín su grado de Teniente Coronel y le confía, para empezar, la misión de organizar un escuadrón de caballería, el de los que luego han de ser famosos granaderos a caballo, los que escribirán con sus hazañas la verdadera epopeya de la Independencia americana, el cuerpo que recorrerá triunfalmente toda América, desde el Plata al Chimborazo, el que dará más ilustres jefes al ejército argentino. Antes de que esto llegue, la, misión de San Martín se extiende ya a la formación de un verdadero ejército, organizado, disciplinado, armado. El primer verdadero ejército de la libertad americana es, indiscutiblemente, obra de San Martín, desde ese primer día. Lo que resulta tanto más maravilloso si se piensa que él era, en su propia patria, un recién llegado, un perfecto desconocido, sin parientes ni amigos. ¿Cuáles eran, entonces, sus credenciales para la espinosa y difícil misión que se le confiaba? Sin duda, las de sus propias virtudes, las que le acompañaron toda la vida, como señala Ballesteros y Beretta.

“Era sobrio, metódico, paciente, sereno, lleno de calma y ecuanimidad - explica este insigne historiador -. La austeridad, la nobleza de intenciones, la pureza de los principios, el desinterés, la abnegación, y otras mil más pequeñas cualidades completan la figura eminente de este caudillo de la Revolución americana. Organizador por excelencia, no descuida los detalles, siquiera los más pequeños; minucioso y precavido, fraguaba los proyectos lentamente, preparaba los medios con tenacidad y sin desmayo, y preveía los efectos a larga fecha” (Historia de España – Salvat Editores).

Todas estas cualidades de San Martín se ponen de manifiesto por vez primera en el combate de San Lorenzo (3 de Febrero de 1813), trabado cerca del monasterio de este nombre, situado en la orilla izquierda del Paraná. En ese lugar de San Lorenzo reciben su bautismo de sangre y fuego los granaderos de San Martín. Es la primera victoria del hijo de América en tierra americana. Nombrado Coronel Mayor, en premio a ella, San Martín es destinado al mando del ejército del Alto Perú. Es una tarea titánica; el país es vastísimo; el ejército todavía pequeño e inconexo, aún no bien disciplinado; las comunicaciones difíciles, cuando no imposibles. Ante la evidencia de que la ruta del Alto Perú es impracticable, San Martín concibe la osada idea de atravesar la Cordillera de los Andes, libertar ci Chile e invadir el Perú por vía marítima. No se trata ya de emancipar a una sola nación, sino a todas sus hermanas; literalmente, a un mundo.

La decisión de San Martin

Es preciso adoptar tácticas nuevas, distintas y más vastas. San Martín escribe, por aquellos días, a un amigo suyo, Nicolás Rodríguez Peña: “La patria no hará camino por este lado del Norte, como no sea en una guerra puramente defensiva. Ya le he dicho a usted mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para acabar con la anarquía que en todo el país reina. Aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar Lima. Ese es el camino y no este que ahora se sigue, mi amigo. Convénzase usted de que, hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no acabará”. (Tucumán, 12 de Abril de 1814).

Estas palabras habían de ser proféticas. Nada, sin embargo, parece darles base. La situación del país - de los países - es verdaderamente crítica. Nombrado Gobernador intendente de la provincia de Cuyo (agosto de 1814), se instala San Martín en Mendoza, donde empieza a reunir a los llaneros, al objeto de formar ese ejército autóctono de liberación con el que sueña. Mejora la administración civil de la provincia, se hace querer de cuantos le rodean; la gentes del llano, al conjuro de su influencia, aportan a la causa de la libertad hombres, ganados y tesoros. Mas ¿es posible que, ni aun con todo esto, llegue a realizarse esa loca empresa de cruzar los Andes? Los políticos de Buenos Aires se asustan o escandalizan ante la magnitud de la tarea. Pero cuando Alvear destituye a San Martín de su cargo de Gobernador, el Cabildo y su pueblo se niegan resueltamente a recibir al substituto y San Martín es confirmado en su cargo.

Hasta 1816 permanece en Mendoza, realizando una labor agotadora, minuciosa, indescriptible. En el campamento del Plumerillo, bajo la hábil dirección de fray Luis Beltrán, se funden cañones, fusiles, espadas. Los propietarios de la provincia de Cuyo ceden sus esclavos a San Martín para que vayan a engrosar el ejército expedicionario; los indios pehuenches prestan su colaboración al futuro libertador. En algunas regiones de Chile aparecen partidas insurgentes. En la tropa improvisada de San Martín, al lado del abogado marcha el pastor de ovejas.

EL PASO DE LOS ANDES

Esta abigarrada tropa alcanza, en Septiembre de 1816, los 2.000 hombres; a fines de año se ha duplicado. Tiene por estandarte el azul y el blanco de la Virgen del Carmen; al mando de San Martín, cuenta con aguerridos oficiales. ¿Para qué aguardar más? San Martín tiene, de nuevo, la intuición de su destino, la sensación de que la hora ha llegado al fin.

En el mes de Enero de 1817 se emprende la pasmosa aventura, y el ejército inicia su marcha para atravesar la cordillera. San Martín lo ha divido en tres cuerpos, que por diversas gargantas han de cruzar los Andes. Con precisión matemática se realizan las sabias combinaciones estratégicas que darán por resultado la liberación de Chile. ¿Qué importan los rigores de la temperatura invernal en aquellas profundísimas gargantas, qué la fatiga, la enfermedad ni el hambre? Las tres columnas avanzan, día y noche, hacia su osado objetivo; no faltan escaramuzas en la ruta, pero la táctica despegada por San Martín en el famoso “paso” será elogiada por todas las escuelas militares del mundo y su figura será siempre evocada.

El más grave tropiezo lo encuentran los expedicionarios a mediados de Febrero en la cuesta de Chacabuco. En el camino de Aconcagua cierran el paso al ejército de San Martín unos 2.000 realistas al mando del Brigadier Maroto. Mas San Martín conoce a tiempo la posición del enemigo y planea, con precisión certera, un ataque simultáneo de flanco y de frente. Entablado el combate el 12 de Febrero, los realistas se mantienen firmes, resistiendo con entereza los embates de las tropas libertadoras. El valor derrochado por uno y otro adversario prolonga la lucha, mas, finalmente, el citado ataque de flanco obliga a los realistas a ceder el campo.

Maroto retrocede hasta Santiago; los restos de su ejército capitulan en la hacienda de Chacabuco. Las tropas expedicionarias continúan su marcha victoriosa hacia la capital y, como final del parte que ponía feliz remate a tan señalada jornada, escribe San Martín las siguientes memorables palabras: “Al ejército de los Andes queda para siempre la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras mas elevadas del Globo y dimos la libertad a Chile.”
            
            Llegado el ejército vencedor a la capital, el cabildo abierto de Santiago proclama Dictador Supremo del territorio al General San Martín. Pero él no acepta.

RENUNCIAMIENTOS

Toda la existencia de José de San Martín es un constante tira y afloja entre el impulso y el renunciamiento. Donde el peligro, la dificultad, la necesidad le impulsan a avanzar, a vencer, el objetivo conseguido, la victoria alcanzada, el provecho próximo y la gloria al alcance de la mano le dejan frío, indiferente y le inclinan a renunciar olímpicamente. La renunciación parece el lujo supremo de este espíritu selecto, siempre tan rico en el dar como parco en el pedir. Por otra parte, su existencia se ciñe a la sencillez más absoluta y austera. He aquí cómo, punto por punto, la describe uno de sus biógrafos más notables.

“Se levanta de madrugada a trabajar hasta el mediodía - dice -; almuerza de pie y su ración consiste en puchero, postres caseros, dos copas de vino y una taza de café; fuma un cigarro negro, al que es muy aficionado; duerme una breve siesta bajo el corredor de su casa, sobre cuero crudo, porque es muy fresco; se levanta después para seguir trabajando hasta la noche, en que su cena es frugal. Durante la jornada conversa y escribe; revisa hombres y animales; inquiere armas, provisiones y utensilios en el campamento; sale, a veces, por el campo a conocer la tierra y las gentes. En la velada familiar juega una partida de ajedrez y a las diez de la noche se retira a dormir.”

Este cuadro coincide muy bien con la conocida y bellísima semblanza trazada por José Martí, cuando dice: “San Martín, grande y sereno, alto y de tez obscura; de soberanos, penetrantes ojos; de selvoso y negrísimo cabello; la nariz prominente y aguileña; los labios finos, llenos siempre de enérgicas y vívidas palabras; y en su levita azul con charreteras y pantalones de galón de oro, militar imperante, austero y culto, de tan visibles dotes, que con oírle hablar aparecía su superioridad considerable entre, sus contemporáneos, y tan tierno y profundo en sus afectos, que, de ver tan grande hombre, se consolaban los demás de serlo.” Y, sobre todo, cuando añade: “Triunfó sin obstáculo, por el imperio de lo real aquel hombre que se hacía el desayuno por sus propias manos, se sentaba al lado del trabajador, veía porque herrasen la mula con piedad, daba audiencia a las muchas gentes que a verle venían en la cocina - entre puchero y el cigarro negro -, dormía al aire, en un cuero tendido.”

Ejemplos de sus renunciamientos:
  • “En 1812, como jefe del Regimiento de Granaderos a caballo, renunció a la mitad de su escaso emolumento a favor del Estado. Es el principio de una cadena de honor que hoy es orgullo del ejército argentino. 

  • En los comienzos de 1815, el Directorio lo designó General de brigada, en despacho firmado por Alvear. El agraciado declinó el ascenso, expresando en una carta famosa: jamás aceptaré nuevos ascensos. Vencida España, haré dejación de mi empleo para retirarme a pasar mis enfermos días en la soledad”.

  • “En 1816 - continúa la enumeración - renunció a la mitad de su sueldo como Gobernador de Mendoza. En la misma época se negó a aceptar la donación de doscientas cincuenta cuadras que el Cabildo de aquella ciudad hiciera a su hija Mercedes, sugiriendo que se reservasen dichos terrenos para premiar a los oficiales del Ejército de los Andes que se distinguiesen al servicio de la patria.”.

  • “En 1817, después de Chacabuco, San Martín fue elegido para ejercer el gobierno de Chile. Fiel a su norma, declinó el honor. Fue electo, en consecuencia, el General Bernardo O'Higgins como director de su patria.”

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